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Foto del escritorPedro Martinez

Después de la tormenta

Hace unos días, recordábamos los eventos naturales que sacudieron a México, literalmente, el 19 de septiembre del 2017  al rededor de las 13:14 horas con un sismo de magnitud 7.1 que paradógicamente demostró y  reafirmó la declaración de que “a los mexicanos, no nos tiembla”. No solo resulta extrañamente coincidente, de que a 32 años del aniversario del símil devastador se tenga otro suceso de las mismas características aparentemente, sino que días atrás se registró uno de magnitudes mucho muy superiores, lo cual dejó en el ambiente una sensación generalizada de pánico y susceptibilidad. Pero como muchos sucesos importantes, con el tiempo solo quedan en memorias o recuerdos. Con mucho aprendizaje que se registra y olvida en algunos casos y con áreas de oportunidad identificadas y/o descubiertas a la fuerza. 

Me tocó presenciar en vivo y a todo color, esa heróica descripción de lo que es la unión de los mexicanos en tiempos adversos, cuando “al grito de guerra y al sonoro rugir del cañón” la sangre empieza a hervir y al menos por unos días se te olvida si hace meses votaste por el rojo, el morado o el verde, o si tu equipo le ganó al de tu vecino, o si el compañero se quedó con un cliente que tu habías cosechado; aquí se trataba de todos para uno y uno para todos, y me queda grabado en la mente como una experiencia única. No estuve durante el sismo, pero si fui participante de uno de los numerosos grupos de voluntarios que acudieron a la enorme Ciudad de México a aportar algún gramo de ayuda. Mi formación como ingeniero civil con la especialidad en cálculo estructural me soportó el ánimo y valor para ir a una ciudad que se encontraba inestable (geológica y estructuralmente hablando), subyaciendo mi innegable mexicanidad, por lo que cuando alguien dijo “deberíamos ir a ayudar” yo dije, “vamonos pues!”, y nos fuimos. 

Una vez arreglados los pormenores de mis actividades laborales y personales, me subí a un avión junto con un grupo de 5 compañeros del colegio de Ingenieros Civiles de Ciudad Juárez con la intención de auxiliar en las labores de identificación de edificios/estructuras en riesgo por debilitamiento o fallas en desarrollo producto del fenómeno en mención. Estando a minutos de aterrizar, para calmar los nervios de nosotros los provincianos, el capitán del avión da el siguiente mensaje “les informamos que nos encontramos a 5 minutos de aterrizar en el AICM en donde según la última actualización de la alerta sísmica, se acaba de registrar una réplica con magnitud 5.2…” seguido con los obvios sonidos de preocupación y miedo de algunos de los que iban a bordo del mismo avión que un servidor. 

Durante los casi 7 días que permanecimos en aquel sitio, presenciamos escenas perturbadoras producto de los colapsos, pero también el efecto que esto produjo en todo el mundo, pues pudimos coincidir con grupos de voluntarios que venían de varias partes del mundo. Hubo reacciones tan diversas como se pueden imaginar, mientras que algunas personas se mostraron totalmente agradecidas a las labores de voluntarios, otras en su desconocimiento total o en su creencia de conocimiento querían imponer sus intereses antes que cualquier otra cosa. No los justifico ni critico, puesto que yo era el foráneo y no se como reaccionaría como local ante un evento similar en mi ciudad. 

Ahora ya se cumplieron 2 años desde aquella tragedia, y veo con tristeza que instituciones como el CENAPRED, que fueron los principales participantes durante aquellos eventos, han sido debilitadas en algunas de sus áreas; Dios no quiera y se repita algo similar mientras las filas de esas organizaciones se encuentren mermadas. Pasó la tormenta y se puede decir que llegó la calma, disfrazada de una mixtura de sentimientos, donde unos se encontraban ya satisfechos de la labor hecha, otros seguían de luto por las pérdidas humanas y materiales, otros se aprovecharon de la situación como por ejemplo el famoso fideicomiso para apoyo a las víctimas, que nunca fue aplicado en ese rubro sino en lo más ruin e insensible posible, campañas políticas. En fin, demostramos como mexicanos que tenemos casta y no nos tiembla, pero también demostramos que tenemos mucho que seguir avanzando y creciendo. 

Por mi parte puedo decir que si algo vuelve a suceder en Ciudad de México, en Ciudad Juárez, en Estados Unidos, en Japón, en Venezuela o en cualquier parte del mundo, y está dentro de mis posibilidades ir a apoyar, lo haré sin duda. No solo por la mera satisfacción profesional de ir a brindar apoyo en mi área de especialidad en tiempos de necesidad, sino también porque se los debo. Y aunque no fuese por un sismo, y me toca ir a ayudar en alguna misión especial, mis manos y mi cabeza se ponen a disposición. Estamos en un bote grande, donde si se hunde uno, nos hundimos todos, por muy cliché que eso suene, no podemos ser inmunes a la inhumanidad. Recordemos como una muchachita sueca que está defendiendo fervilmente un mensaje mundial y que está recibiendo muchas críticas, como si estuviera promoviendo algún acto satánico, en lugar de tomar la esencia de ese mensaje y la energía que trae consigo para accionar los engranes correctos.

Podemos decir que no ha pasado la tormenta, solo cambia de forma, y no podemos ni debemos quedarnos de brazos cruzados. Si tu trinchera es como profesor docente de una escuela primaria, desde ahí haz que ruede tu engrane; si tu trinchera es como rescatista, como médico, como periodista o político, haz lo propio pensando en que en este mundo, estamos solo un brevísimo instante, relativamente hablando y si no vienes a trascender, entonces ¿a que viniste?

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